miércoles, 15 de diciembre de 2010

IMPORTANDO POBREZA


Juro que pensé dos veces el escribir esta nota. No es fácil tomar una postura luego de horas frente a la tele observando las imágenes de lo que es la peor de las guerras; la de los pobres contra los pobres. Aún a riesgo de generar odios y adhesiones, decidí salir de la comodidad que te otorga el silencio y escribir esta nota que nada tiene que ver con Barracas Central, ni con el deporte..
Detesto el racismo, la discriminación, las actitudes fascistas, la xenofobia y el canibalismo. Repruebo a aquellos separadores de clases, de rebaños, los rotuladores de gente, los que dibujan su sentencia de acuerdo a color de piel, al tamaño de la billetera, al glamour de su pilcha o a la estética de su barrio.
Me da pena escuchar en boca de otros como se esgrime gentilmente la palabra ¨negro¨, palabra con la que yo jugué canallescamente alguna vez en mi vida.
Pero la realidad me marca que cada uno debe hacerse cargo de sus miserias. La Argentina tiene una historia de injusticias, desequilibrios sociales, de marginación, de desempleo o subocupación y de una precaria distribución de riquezas y recursos sociales. La ausencia de un plan médico integral, de excelencia edilicia y descentralización, obliga a las masas a conglomerarse en los centros urbanos de las grandes ciudades. Todos quieren venir a Buenos Aires, pero lamentablemente Buenos Aires no es para todos, Buenos Aires no los quiere a todos.
La droga esparcida y las enfermedades forman un flagelo que no tiene solución. Y dentro de todo este panorama está la gente, nuestra gente; víctimas inocentes de la corrupción, el desinterés, el desamparo, el descontrol, la insensibilidad y la ausencia de políticas sociales serias.
Linyeras, villeros, niños mendigando por las calles, los sin techo, los cartoneros, los trapitos, lustrabotas, ocupas, los habitantes de los asentamientos clandestinos, limpia vidrios en semáforos, madres solteras y víctimas de la inseguridad dibujan un panorama patético. Son mártires de los que los utilizan y los movilizan, los que juegan a la política usándolos como herramientas. La Argentina se transformó en una gran villa con bolsones de riquezas.
Pero existe un agregado, la gota que colma el vaso, la frutilla del postre de un país de manos abiertas, que abusando de su espíritu global, continental, solidario e históricamente hospitalario con la región, permite que pobres de otros países vecinos se sumen a nuestro calvario, potenciando así nuestros pesares. Durante años le hemos abiertos los brazos a las bocas abiertas y se los hemos cerrado a los cerebros abiertos.
Existe un daño irreversible hecho en Latinoamérica. Existen millones de víctimas nativas en nuestra querida Argentina con problemas a resolver, pero se nos ha desbordado el sistema y así no hay país que aguante, no hay aporte que llegue, ni asistencialismo que valga; no hay planes que sirvan, ni proyectos viables, ni trabajos posibles, ni voluntades suficientes para atender las necesidades en exponencial aumento. Si seguimos recogiendo el drenaje de la pobreza de la región, no estaremos en condiciones de construir y solventar una red de contención social que contenga a los nuestros. Esto es decididamente así aunque ciertas mentes progresistas opinen lo contrario.
Los que trabajan y tiran del carro ven con asombro, impotencia y bronca como otros que no realizan el mismo esfuerzo ocupan tierras, solicitan planes y desean que les regalen cosas, por el simple hecho de ser pobres y más es la indignación cuando esos pobres vienen de afuera. Esa postura les vale ser considerado por muchos como unos hijo de puta insensibles y poco solidarios. Y los pobres se pelean con los pobres por una miga de pan, por una oportunidad que nunca ha de llegar. Para muchos de ellos la piedad vale más que la ley.
Todos somos iguales ante los ojos de Dios, pero la América unida, la casa grande, se va al carajo si no es la propia América que financie esta mutabilidad. Si por ejemplo Bolivia no ayuda a sus bolivianos en Argentina, si Paraguay no hace lo mismos con sus compatriotas en desgracia en nuestro suelo estamos en el horno, manteniendo hijos ajenos con los bolsillos vacíos y sin nada para dar. No pasa por un problema de insensibilidad y de xenofobia, es simplemente una cuestión de sentido común.
Detesto el racismo, la discriminación y la xenofobia; yo no experimento nada de eso, soy hijo de inmigrantes y me cabe las generales de la ley, pero alguien tiene que hacerse cargo de los errores y de sus miserias.

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