miércoles, 27 de octubre de 2010
MURIO EL QUIJOTE
Confieso que no lo voté; no he votado por él ni por su esposa. No los voté por esa puta costumbre que tenemos muchos mortales nacidos en este país de desconfiar en el discurso de los hombres. En realidad no creo en los políticos, nunca he creído en ellos. Pienso que desde la muerte de Perón cada peronista quiso parecerse a él. Mi ingenuidad, incredulidad y desinformación ha metido durante años a todos en una misma bolsa. Tal vez ese haya sido mi error. Viví épocas donde el peronismo era una mala palabra y los peronistas eran tomados como unos blasfemos apatridas. Nunca me convenció la idea de que un partido político represente y defienda casi en exclusividad los intereses de un pobre trabajador. Pero la vida Argentina me fue persuadiendo de la necesidad de un líder para vencer las injusticias, de un padre político, de un Quijote que venza a los molinos de viento que amenazan al país y el peronismo tenía el perfil de movimiento revolucionario casi distintivo para lograr ese propósito. Me negaba a buscar en los políticos a esa mítica figura. Los indagué en el cine, en el bronce, en los libros de aventura, en mis fantasías, en la esperanza herida, pero no lo hallé.
Lo cierto es que la muerte sacraliza. Tal vez no me había detenido en él lo suficiente. Su estilo confrontativo me alejó de su verdadero estilo político, de sus convicciones, de su idea de fondo, de sus intereses verdaderos y nobles. Fui ciego y mientras le era indiferente al personaje, no valoré al hombre y al líder que durante años busque en un sin fin de lugares.
Y el hombre murió y con él murieron los sueños de muchos argentinos. Y si bien deja un legado en su mujer, el valiente Quijote, que se enfrentaba al poder de multinacionales, grupos económicos y la banca usurera, dejó las armaduras en su fría tierra del sur.
Me duele por los que lo votaron, por los que le creyeron y confiaron en él, por los esperanzados argentinos, por los derechos humanos que volvieron a creer, por los pueblos originarios que ya tienen voz. Me duele por la democracia, por una ambigua oposición, por la América Latina unida, por los jóvenes, por el futuro, por la gobernabilidad, por su propia familia, por sus 60 años tronchados, por la institucionalidad, por el que recibió de él un abrazo, una ayuda, una sonrisa; pero fundamentalmente me siento profundamente conmovido porque quien escribe esta nota, no supo ver al Quijote en la piel de un patriota.
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