viernes, 3 de junio de 2011
LOS PICAPIEDRAS TAMBIEN VAN AL CIELO
Peñarol de Uruguay finalista de la Copa Libertadores de América. Luego de tantísimos años un representante del fútbol charrúa vuelve a jugar la final de nuestra marketinera copa zonal. Y no fue con la garra típica que solía mezclar actitud, pierna fuerte y prepotencia, como históricamente han disputado este tipo de torneos; lo hizo con las armas que suelen hacer doler los ojos, masticar bronca por el riezgo asumido por el vencedor y el lastimoso espectáculo brindado por un conjunto que abroquelado en el fondo, mendigaba una final a fuerza de pelotazos, esporádicos ataques y solidario proteccionismo. Un espectáculo de picapedreros penando por un pasaje, por un pasaporte. Esta vez el vencido fue Velez Sarsfield, el mejor equipo de Argentina y el mejor de América sin dudas, aunque no juegue la final, aunque no haya ganado, aunque le hayan anulado un gol lícito y errado un penal o jugado veinte minutos con un hombre menos. Velez ha sido el mejor, aunque no llegue al mundial y al tan ansiado partido frente al Barcelona; lo digo con orgullo de argentino al que le gusta el buen fútbol y los buenos jugadores, que dicho sea de paso no figuran en la lista del Checho para la Copa América. Claro que este privilegio de jugar una final le tocará al carbonero o al Santos de Brasil, equipos que seguramente serán triturados por la aplanadora catalana.
En esta oportunidad el fútbol perdió, como suele perder siempre, ante paredes humanas, con pícaros delanteros, con su dosis necesaria de suerte y con esa cuota de complicidad de un árbitro que se come un gol legítimo, conquistado por el que hizo o intentó hacer mejor las cosas en los 180 minutos de esta semifinal.
Ganó Peñarol y perdió el fútbol, aunque los eruditos periodistas han aclamado la practicidad y picardía del equipo de Aguirre; una suerte de audacia e inteligencia al servicio únicamente del resultado; demasiado poco para jerarquizar a un finalista de cualquier torneo deportivo. En la noche del Amalfitani, curiosamente plagada de hinchas visitantes, se vuelve a escribir esa historia que hace que este deporte no sea previsible. Donde gana el feo, el especulador, el mediocre disfrazado de héroe, el cortador, el rompedor, el suertudo, el práctico, el que hace poco y nada por el espectáculo. La suerte sigue acompañando a este bendito país oriental, de la misma forma que en cuartos del mundial esa mano de la divina providencia recayó sobre sus celestes espaldas ante la selección de Ghana, equipo que también erró un penal definitorio.
Hay una final continental que no tendrá a un equipo argentino. Venimos perdiendo seguido, como país, como sociedad y como deporte, aún sin merecerlo. Venimos hace mucho tiempo llorando penurias, despojos, adversidades, injusticias, impericias y padecimientos en manos de verdugos poco competentes. Pero la Argentina perdedora esperará en Julio a un duende santafesino que nos salve en una Copa América que está hecha a nuestra medida, salvo que como en la noche de Liniers, nuevamente los picapiedras le vean la cara a Dios. Que el fútbol los perdone.
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