lunes, 11 de julio de 2011
UN HIJO DE LA CIUDAD
Y se votó en la Ciudad de Buenos Aires; los porteños votamos a nuestro Jefe de Gobierno, a nuestro Intendente o a nuestro Major, como más prefieran. Se votó como vota siempre la Capital de los argentinos, con su espíritu anti popular y burgués. Se voto por el Shopping, por el country, por el celular de última generación, por el Ipad o el Blackwerry, por el auto importado, el puesto laboral de elite, el chalecito y los viajes al exterior, con ese soplo dulcemente conservador tan característico en ellos. Se votó por un candidato limpio y lindo, bien vestido, supuestamente culto, agradable a la vista y sensible a la problemática de la ciudad. Buenos Aires siempre vota con ese aire de superioridad característico hacia otras ciudades del país, con ese halito unitario, despreciativo, discriminador y hasta ofensivo, que suelen reconocer con desagrado nuestros compatriotas del resto del país. El ciudadano de Buenos Aires nunca elige a los que dicen representar a los morochos, a los negros, a los humildes, a los villeros, a los laburantes. La gente siempre vota por estética, por solvencia, en este caso contra Cristina y su Frente para La Victoria, los movimientos sociales de izquierda y los partidos de centro izquierda (surdaje que le dicen). La gente vota por sugerencia de los medios o las cadenas de noticas, que nos dicen lo que tenemos que hacer con nuestras boletas, pues nos presentan dos o tres candidatos naturales y al resto no les dan bola. La gente vota por la inexistente o decadente clase media, por una tácita educación y pulcritud de proyectos, candidatos, prontuarios, por la imagen y esa aparente decencia que suelen tener los de piel bien blanca. Yo diría una suerte de conducta social recurrente que se percibe y se proyecta tristemente en muchas ciudades de América Latina.
Ganó Macri por amplio margen y con él ganó la derecha, la gestión, el ex presidente de Boca Juniors, el yupi, el haragán; con él ganó la ribera norte de la ciudad, la falta de memoria de sus habitantes, los sitios pudientes y obsecuentes a las palabras tradición y propiedad. Ganó el representante de un sector camaleónico, que un buen día aplaude a un milico y que otro día apuesta a su propia y particular democracia, de billeteras llenas y sin vestigios de vecinos pobres, de okupas, de piqueteros, de indigentes o de harapientos y ocasionales transeúntes. Triunfó aquel que se asocia con ciertas corporaciones, que no debate (salvo en TN), que ha gobernado en un primer período pensando más en la Rosada que en su ciudad. Venció el gran recaudador, el que de la carencia o necesidad veía un negocio, el de las multas fotográficas, el de su policía de bolsillo, el de las obras públicas dirigidas a sus amigos, sin planificación previa, tan solo por el siempre hecho de haberlas vistos en otro país en el marco de sus permanentes viajes vacacionales, el de la prueba-error. El fashion, el light, el victimizado, perseguido y no comprendido gobernante, el niño patricio que va al programa de Susana de la mano de su distinguida esposa embarazada, mostrando su felicidad como parte de la campaña pre electoral, como el bocado de la comidilla cholula y farandulezca. Aquel que no tuvo poder tan siquiera para sacar una carpa de una plaza, el de las escuchas telefónicas, el de su prosapia amoral, el sospechado de todo, que como todos los ricachones en mi querido país, siempre caen parado como los gatos. Lo cierto es que la gente de Capital vota sistemáticamente por él o eventualmente por la Carrió, que dicho sea de paso es más o menos lo mismo, pero con menos glamour.
Casi seguro estaremos soportando cuatro años más a un político sin raza, a un empresario que se sube a los hombros de la gestión pública para promover sus negocios privados, cuatro años más de un persistente candidato a presidente, el que de seguro ha de pelearse a muerte con el oficialismo y en esa pelea, estaremos nosotros, los pobres, cayendo derrotados.
Cuanto nos cuesta mantener la democracia en Argentina y como la cascoteamos con nuestros votos, con nuestros puntos de vistas y con nuestra confianza proyectada a intereses egoístas y escasamente comunitarios. Que pobre somos los argentinos, que civilmente deshonestos con nosotros mismos.
Macri se apoderó nuevamente de nuestra ciudad, de nuestros sueños, de nuestros aportes y es seguro que recaudará a más no poder por nuestros errores, por nuestras propiedades e inversiones y por nuestros sueños. Son cuatro años más de una Ciudad de Buenos Aires anárquica de autos, sin disciplina, sin seguridad, sin limpieza, litigiando con sindicatos, con estudiantes, con el gobierno y con los sin techo. Cuatro años sin equidad y subordinada a los designios de un gran señor, de un ciudadano con menos calle que Venecia, de un legítimo gobernante, que al igual que sus compañeritos PRO han sido elegidos por su distinguida clientela social. Cuatro años más de un político ejemplar, de los que solo lucen impecables en una triste y brillante gigantografía en la vía pública.
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LA VERDAD NO CONOSCO A NINGUN GOBERNANTE PRESIDENTE INTENDENTE GOBERNADOR DE NINGUN A PROBINCIA Q SEA UN TIPO POBRE Q LE FALTE ALGO MAS BIEN TODOS SON MULTIMILLONARIOS Q SOLO AYUDAN A SUS FAMILIARES AMIGOS Y CLIENTELISMO
ResponderEliminarCuanto resentimiento. Que poco democrático. Hay que aceptar y respetar a la elección de la mayoría. En cuanto a la clase media que vos tildas de decadente, primero que vos seguramente sos parte de la misma y segundo es que la clase media es la que sostiene el país pagando más impuestos que otras clases. Los pobres no pagan porque no tienen y los ricos no pagan por que se les canta no pagar.
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