jueves, 7 de julio de 2011

SOMOS LOS MEJORES DEL MUNDO


Luego de haber transitado más de medio siglo de vida, de haber viajado, de haberme comunicado con la gente de aquí y de allá, con el turista, el extranjero que nos visita, el forastero que labura en mi país, el inmigrante nostalgioso, crítico e impiadoso; luego de años chamuyando, dándole al pico por teléfono, celular, face to face o chateando en la computadora, en las redes sociales y en los portales de opinión, he notado un odio visceral, un desprecio notable, un sistemático rencor y antipatía por todo lo que tenga que ver con la Argentina y lo argentino. Hace años que boca a boca, por referencias o por los medios vengo soportando una agresión sin armas, sin puños, solo con la lengua, la opinión, la sentencia y el veredicto, de quienes ven a la Argentina y al argentino como un ser pedante, engreído, fanfarrón, corrupto, vanidoso, mentiroso, tramposo, ladrón, charlatán, agrandado, etc. Un juicio a la distancia que se fue propagando de padres a hijos, entre hermanos y vecinos, entre estadistas y políticos, entre empresarios y entre compadres y compatriotas.
Confieso que cuando era pibe me dolía, me ofendía y hasta reaccionaba con cierta violencia verbal hacia el agresor. Con los años me fui dando cuenta que los argentinos cosechamos lo que sembramos y todo no es otra cosa que la respuesta a una conducta social y política servida hacia el extranjero, ya sea en casa o de visita, poniendo de esta forma una parcial explicación a tan notorio descrédito y encono hacia mi país y su gente. Los que viajamos lo hemos sufrido en nuestras vacaciones fuera del país o en las estancias laborales o familiares que hayamos vivido en cualquier país del extranjero.
Ya de grande y harto de tanto resentimiento esgrimido por el simple hecho de ser argentino y sin conocer a fondo la idiosincrasia rioplatense, esa vergüenza, impotencia y bronca interior se fue transformando en odio, antipatía y aversión hacia la crítica foránea . Una suerte de boomerang cuyo sentimiento se afianza en la idea de ver de dónde viene la piedra, la bala, el veneno.
La mayoría de los países que nos atacan no tienen autoridad para hacerlo, ni su gente, ni su gobierno, ni su historia, ni su actualidad. Nadie sale limpio de sus pecados y de sus miserias y suena injusto recibir de ellos injurias, insultos y ofensas, que no son otra cosa que arrestos que nacen de sociedades primitivas, resentidas y maniáticas, y que se esconden detrás de un torneo de fútbol, de un encuentro político o social, como de una guerra. Todo esto lo he notado mucho en países de ibero América.
En oportunidad de la Copa América, he leído epítetos agraviantes sobre mi país en las redes sociales y en comentarios periodísticos ,que a mi edad no han hecho otra cosa que potencia mi idea de que el argentino y la mismísima Argentina, con todos sus defectos, sus carencias, sus mentiras y enemigos enquistados, sus gobiernos tramposos y depredadores, su violencia inducida, sus pequeñas y grandes injusticias y nuestra forma de ser pedantes, fatuos y pretenciosos, es el mejor país del mundo. Y no lo digo yo, lo dicen nuestras glorias en las ciencias, en el deporte y en las artes. Ganamos y perdemos, triunfamos y fracasamos y siempre vamos para adelante. Tenemos protagonismo y ese protagonismo es suficiente para plantar la semilla de la envidia, especialmente en determinados sectores de la región que ven a un país periférico como el nuestro esgrimir a sus héroes con orgullo. Mi Argentina no es solamente Fangio, Messi, Maradona, Ginobili, Perón, DiStefano, Evita, Leloir, los combtientes de Malvinas, mi Argentina es mi vecino, mi viejo, mis amigos, mi querido Barracas Central. Mi Argentina es mi familia, mis hijos y yo mismo, un taxista que escribe en un blog deportivo.
Porque un país grande hace abstracción de conductas coyunturales, un país grande lo construye su gente, la misma que es vituperada por la gilada de afuera, esa gilada que a pesar de todo ve como en en mi país se les abre las puertas, se las educa y se las cuida; a ellas y a sus hijos y a los hijos de sus hijos, como si fuesen propios.
Soy argentino, soy pedante, engreído, fanfarrón, vanidoso, mentiroso, charlatán y agrandado. Y a pesar de las críticas y los embates del mediocre, somos como somos,somos más que un resultado deportivo, que una opinión, que una estética, que una política, que una visión, que una deuda o una ilusión, SOMOS LOS MEJORES DEL MUNDO.

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