martes, 15 de junio de 2010

EL ÉXITO QUE NOS PARIO


Casi todo lo que hacemos en la vida lo efectuamos para agradar al otro. Vivimos para ser reconocidos por los demás. Ese es el común denominador de la gente, su necesidad de figurar, de vencer, de sobresalir por nuestro trabajo, por una opinión, una performance o una actitud, por más insignificante que sea.
La persecución del éxito es incesante y lo vemos a cada paso, desde la ignota vedetonga que se pelea con su par de un espectáculo pedorro de verano, para tener notoriedad en un programa de chimentos, hasta los participantes de casting abiertos en la televisión.
La gente ya dejó de leer, acude a talleres literarios para empezar a escribir; no se conforma con ir al cine o al teatro, estudia dirección o actuación. Todos queremos ganar protagonismo, ser famosos, firmar autógrafos y tener plata, pero sabemos bien que esto es un privilegio para unos pocos desdichados.
En internet buscamos nuestro lugar y queremos que nuestro blog o sitio sea visitado por millones y que nuestra opinión sea respetadas y reconocida por todos.
El éxito es la zanahoria delante de nuestros ojos, la razón de nuestro ser, el impulso de la autoestima, la excusa para no ir al psicólogo o la causa que nos lleve a su sofá. Nacimos para la palma o el laurel.
La vida es una gran marquesina adornada con egos, envidias, vanidades y deseos materiales, de propiedad y de grandeza que excede la media de todo ser humano. El éxito es una madre que nos ha parido y al mismo tiempo nos ha dejado huérfanos.

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