jueves, 6 de mayo de 2010

COMIENZA LA FERIA MUNDIAL DEL FUTBOL


Este año 2010 se jugará el mundial de fútbol en Sudáfrica y es casi seguro que los argentinos y todo el mundo futbolero estarán enganchados a los televisores, a los plasmas y a aquellos reproductores en alta definición para vivir cada encuentro como si fuese el último de nuestras vidas. Nos vestiremos con camisetas y banderas Argentinas, pintaremos nuestras caras de celeste y blanco, compraremos figuritas con los cracks del acontecimiento y participaremos en cuanto concurso nos prometa un viaje como premio para ver a la selección. Observaremos hasta el cansancio en los medios la publicidad triunfalista haciendo referencia al evento, con el simple objetivo de venderte una birra, un celular o un electrodoméstico y al Show de Videomatch transmitiendo desde Ciudad del Cabo. Nos convenceremos que el destino de nuestra patria invariablemente descansará en los pies de Messi o Higuain y asociaremos cada partido a un momento determinado de nuestras vidas.
Cada cuatro años la FIFA vive su fiesta exclusiva, tira la casa por la ventana, recalando por un mes en un país de la orbe, bendecido por sus manos económicamente sagradas. Organiza un evento político para justificar su accionar omnipotente sobre un deporte popular llamado fútbol. Para ello se sirve de algunos ingredientes como ser: empresas multinacionales insaciables, países deseosos de protagonismo estratégico, político o turístico, medios periodisticos vendiendo su alma por derechos de transmisión y una afición crédula que piensa que resolviendo siete partidos, un seleccionado se tranforma en el rey mundo.
La Federación Internaciónal de Fútbol Asociado hace decenas de años que viene jugando con el patriotismo, el dramatismo, la solemnidad, el hecho histórico irrepetible y lo políticamente correcto para seducir a aficionados y a indiferentes. Una puesta en escena patética que involucra monarcas, presidentes y glorias del deporte, al son de los himnos que anteceden a un show y que la propia organización lo transforma en batalla.
Con el correr del tiempo me he convencido que un mundial no es otra cosa que una feria, una exposición donde cada país muestra lo mejor que tiene futbolisticamente hablando en una cancha, que hace las veces de stand, con la pueril justificación de la disputa un campeonato; también es una excusa para rajarse del laburo.
El hecho deportivo importa poco; que se defina el torneo por penales, que un partido se juegue al mediodía, que un país clasifique con un gol ilícito, que se conviva con el error arbitral y esa cagada quede plasmada en la historia del deporte y lo que es peor, las venganzas y los premios ocultos, que hacen que la Argentina siga pagando un alto precio por haber eliminado a Italia de su mundial. Todo importa poco.
Lo esencial es que en la primera ronda no se junten los de América del Sur o que Brasil y Argentina sean cabezas de serie, todo detalladito, previsible, con los mismos llegando a la final y esa perfección de imágenes de gran evento que llegan a nuestras casas como si se tratara de una Play Station. Un fixture prolijo, donde el primero de la zona A se cruce con el segundo de la zona B y que este dibujo aparezca en el almanaque que me regalará el ferretero para que anote los resultados.
A la FIFA le interesa un comino el deporte como tal, es el negocio con sponsors y los medios, el doble discurso del Fair Play, la vidurria de dirigentes de todo el mundo hospedándose en hoteles cinco estrellas, ostentando el poder de una multinacional proveedora de servicio; eso es lo que le importa.
Me gusta el fútbol y seguro dejaré de trabajar para ver algunos partidos, sufriré por mi selección como hará todo el mundo y si llegamos a ganar me compraré un bandera y junto a mis hijos festejaré el éxito de la Argentina, en esta feria mundial del fútbol que de prepo mi impone la FIFA cada cuatro años.

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