jueves, 20 de mayo de 2010
TRANSITO PESADO
La temática de este post es algo personal, pero que nos involucra a todos los que viajamos por la Ciudad de Buenos Aires, ya sea en tren, subte, colectivo, combi, a gamba o en automóvil. A lo largo de once años y a razón de trece horas por día de laburo en mi taxi yirando la Capital, me dan cierta autoridad para opinar sobre el tema, aunque este no sea estrictamente futbolístico o de interés nacional.
Nuestra metrópli vive una emergencia vial que las autoridades desconocen. El grado de caos vehicular, el desorden, la indisciplina y la rebelión, tanto de peatones, vecinos, empresas y conductores es alarmante. Ya sea en nombre de las libertades que otorga la Constitución Nacional y de las quejas por el mal funcionamiento de los servicios públicos, nos hemos envalentonado al punto de invadir anárquicamente cada sector de nuestra orbe. El centro, con sus calles coloniales, que fuera diseñado para que circule el vendedor de velas y el mazamorrero, se encuentra colapsado.
Cualquiera llega a la ciudad con su auto, que tributa fuera de la Capital, habitado por un solo tipo, queriéndolo dejar en la oficina, entre el escritorio y el fichero, mientras el propietario que paga sus impuestos en Buenos Aires no puede sacar su vehículo en toda la semana.
Calles hechas pelota, imposibles de caminar, plagadas de soretes de perro no recogidos, baldozas flojas, mesas y carteles en las veredas, obras públicas y privadas no señalizadas, peatones autistas y mal educados que con sus walkman o celulares te abaten sin miramientos y cruzan la acera por el lado que se le cante.
Circular por la ciudad es un aventura estresante. No hay controles, seguridad y regulación del transporte zonal u horario. Cualquiera descarga o estaciona en cualquier lado y a cualquier hora. Las calles está atestadas de obras privadas y públicas que reducen carriles, camiones gigantes y lentos, colectivos enormes, perpetuas barreras bajas, semáforos desincronizados o averiados, trapitos y limpia vidrios, policías y guardias urbanas impiadosas e intolerantes interfiriéndose entre si, grúas, contenedores, vendedores ambulantes, ladrones camuflados, cargas y descargas sin horario, cartoneros temerarios y cuanta mugre o basura tapone sumideros no mantenidos o destapados. La doble fila, los embotellamientos, basuras no recogidas, los piquetes, los que cruzan distraídos, los colegas y colectiveros irresponsables, motoqueros contraventores, las calles plagadas de cartelería que distrae la señalización del tránsito y árboles a punto de caer o con sus copas sin podar, dan cuenta de este barullo hecho ciudad.
Puedo seguir enumerando difilcultades, pero me llamo a silencio. Trabajar en Buenos Aires nos lleva a un derrotero profano, largas horas montados en un coletivo, en un tren o la dulce espera en una parada u estación; recorrido que las autoridades desconocen, pues estos soberanos tienen menos calle que Venecia y lo único que dominan es la ribera norte o Barrio Parque. Jefes de gobierno que piensan más en sus candidaturas a presidente que administrar nuestra ciudad.
El tránsito en Buenos Aires es un karma que nosotros y los otros tenemos que soportar. Lo que he descubierto en tantos años de transitarla, es que somos victimarios transformados en víctimas, poco solidarios, sucios, mal educados, apáticos, irresponsables, egoístas y fundamentalmente indignos.
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